IDEAL DE GRANADA.TRIBUNA.18.03.08
MIGUEL A. MARTÍNEZ-CABEZA
Acaba de publicarse el anecdotario de un librero barcelonés en el que se reseñan sobre todo las peregrinas peticiones de títulos recogidas durante años empezando por la misma que le da nombre al libro: 'Soldados de cerca', de un tal Salamina. En un divertido paseo por lo que denomina 'galaxia librería', Eduardo Fernández va dando cuenta de los avatares del librero desde las avalanchas de los repartos y las interminables colocaciones a las inevitables devoluciones, ayudado sí por la informática pero esquizofrénico entre la ética del negocio y el implacable mercado. El libro es la estrella de una galaxia sacudida cada vez más por campañas y grandes lanzamientos, y el librero es la princesa cortejada por editores, distribuidores, autores y comerciales intentando colocarse en el mejor lugar. Mientras tanto, los ávidos lectores y regaladores de libros ponen a prueba su memoria y paciencia pidiendo 'La antropología poética' de Miguel Hernández o un libro de la colección Updike, sí 'updike' quiere decir 'conejo'. Otras veces se desafía su capacidad de no reírse cuando el cliente solicita 'Tirititlan blanc' en lugar de Tirant lo Blanc o 'La morfosíntesis', de Kafka. En ocasiones encontrar el título solicitado requiere dotes adivinatorias si quien busca Una maestra en Katmandú llega pidiendo 'Una profesora en Candanchú'. El sueño del librero sería tener perfectamente clasificados los libros de cada sección sin estar dedicado permanentemente a los clientes pero su dilema es que sin clientes no habría necesidad de ordenar nada. El librero puede ser maniático en su celo por los libros y no del todo amable al vivir condenado a la cordialidad. Su carácter, a veces exquisito, puede llevarle a la arrogancia o cuanto menos la indiferencia ante quien demanda libros de 'Simone de Bovary' fundiendo a la heroína de Flaubert con la autora del Segundo sexo, o reedita a Stefan Zweig en 'El alcantarillado' en lugar de El acantilado. Sin embargo el librero no está sólo, tiene a su alrededor a repartidores y personal de almacén, y, sobre todo, a las cajeras, elementos clave para desviar la atención del cliente pesado mientras él se escabulle entre los anaqueles hacia zonas inaccesibles a los invasores. La huida sólo puede emplearse en casos desesperados ya que hay que mimar a toda costa a ese 61% de lectores que prefiere las librerías para sus adquisiciones, lo que resulta muy difícil con cifras de publicación que rondan los 70.000 nuevos títulos anuales. Sin embargo todavía no se ha publicado 'El lamento de la lógica formal', aunque está disponible el más prosaico Elementos de lógica formal, y Marinoff no ha escrito aún 'Más Platón y menos filosofía'.Todos estos dislates me han recordado cuando a principios de los ochenta yo empezaba mis estudios de filología en el Colegio Universitario de Jaén y me empeñé en leer El grado cero de la escritura, pero de Michel Butor. Dada la pobre oferta de librerías en la Capital del Santo Reino, aparte de la quijotesca El Quijote, y como mi hermano estaba estudiando Derecho en Granada, meca libresca y discográfica por aquel entonces a donde peregrinábamos los jiennenses para visitar Paideia y Callejas, lo mandé con el imposible encargo a recorrer librería tras librería. Finalmente y después de varias llamadas para confirmarle la equivocada referencia en la que yo insistía contumaz, llegó a Al-Andalus, donde uno de los libreros al que algunos llamaban Pepe Culturas le aclaró que quizá Michel Butor hubiera escrito algo parecido pero que El grado cero era de Roland Barthes. El caso es que sin Internet e incluso conociendo la trayectoria de Butor como crítico y ensayista formado en la Sorbona dos lustros después que Barthes, no era descabellado que alguno de sus escritos sobre literatura pudiera tener un título parecido al del autor de 'La muerte del autor', aunque Butor no fumara puros y Barthes sí.Todo venía de que nos daba crítica literaria Felipe Alcaraz, quien en las clases iba pasando las hojas de notas de su carpeta de anillas mientras nos lanzaba a las complejidades -o simplicidades- ideológicas de una escritura que encadena a los autores a una historia también encadenada. Ahora, mientras escribo, tengo delante el viejo libro de la carrera con el suave subrayado de lo que entonces quise aprender y me he preguntado de qué servirán mis clases y cómo serán las largas y entrecruzadas cadenas de lecturas y saberes -y también disparates- de las que somos eslabones.
MIGUEL A. MARTÍNEZ-CABEZA
Acaba de publicarse el anecdotario de un librero barcelonés en el que se reseñan sobre todo las peregrinas peticiones de títulos recogidas durante años empezando por la misma que le da nombre al libro: 'Soldados de cerca', de un tal Salamina. En un divertido paseo por lo que denomina 'galaxia librería', Eduardo Fernández va dando cuenta de los avatares del librero desde las avalanchas de los repartos y las interminables colocaciones a las inevitables devoluciones, ayudado sí por la informática pero esquizofrénico entre la ética del negocio y el implacable mercado. El libro es la estrella de una galaxia sacudida cada vez más por campañas y grandes lanzamientos, y el librero es la princesa cortejada por editores, distribuidores, autores y comerciales intentando colocarse en el mejor lugar. Mientras tanto, los ávidos lectores y regaladores de libros ponen a prueba su memoria y paciencia pidiendo 'La antropología poética' de Miguel Hernández o un libro de la colección Updike, sí 'updike' quiere decir 'conejo'. Otras veces se desafía su capacidad de no reírse cuando el cliente solicita 'Tirititlan blanc' en lugar de Tirant lo Blanc o 'La morfosíntesis', de Kafka. En ocasiones encontrar el título solicitado requiere dotes adivinatorias si quien busca Una maestra en Katmandú llega pidiendo 'Una profesora en Candanchú'. El sueño del librero sería tener perfectamente clasificados los libros de cada sección sin estar dedicado permanentemente a los clientes pero su dilema es que sin clientes no habría necesidad de ordenar nada. El librero puede ser maniático en su celo por los libros y no del todo amable al vivir condenado a la cordialidad. Su carácter, a veces exquisito, puede llevarle a la arrogancia o cuanto menos la indiferencia ante quien demanda libros de 'Simone de Bovary' fundiendo a la heroína de Flaubert con la autora del Segundo sexo, o reedita a Stefan Zweig en 'El alcantarillado' en lugar de El acantilado. Sin embargo el librero no está sólo, tiene a su alrededor a repartidores y personal de almacén, y, sobre todo, a las cajeras, elementos clave para desviar la atención del cliente pesado mientras él se escabulle entre los anaqueles hacia zonas inaccesibles a los invasores. La huida sólo puede emplearse en casos desesperados ya que hay que mimar a toda costa a ese 61% de lectores que prefiere las librerías para sus adquisiciones, lo que resulta muy difícil con cifras de publicación que rondan los 70.000 nuevos títulos anuales. Sin embargo todavía no se ha publicado 'El lamento de la lógica formal', aunque está disponible el más prosaico Elementos de lógica formal, y Marinoff no ha escrito aún 'Más Platón y menos filosofía'.Todos estos dislates me han recordado cuando a principios de los ochenta yo empezaba mis estudios de filología en el Colegio Universitario de Jaén y me empeñé en leer El grado cero de la escritura, pero de Michel Butor. Dada la pobre oferta de librerías en la Capital del Santo Reino, aparte de la quijotesca El Quijote, y como mi hermano estaba estudiando Derecho en Granada, meca libresca y discográfica por aquel entonces a donde peregrinábamos los jiennenses para visitar Paideia y Callejas, lo mandé con el imposible encargo a recorrer librería tras librería. Finalmente y después de varias llamadas para confirmarle la equivocada referencia en la que yo insistía contumaz, llegó a Al-Andalus, donde uno de los libreros al que algunos llamaban Pepe Culturas le aclaró que quizá Michel Butor hubiera escrito algo parecido pero que El grado cero era de Roland Barthes. El caso es que sin Internet e incluso conociendo la trayectoria de Butor como crítico y ensayista formado en la Sorbona dos lustros después que Barthes, no era descabellado que alguno de sus escritos sobre literatura pudiera tener un título parecido al del autor de 'La muerte del autor', aunque Butor no fumara puros y Barthes sí.Todo venía de que nos daba crítica literaria Felipe Alcaraz, quien en las clases iba pasando las hojas de notas de su carpeta de anillas mientras nos lanzaba a las complejidades -o simplicidades- ideológicas de una escritura que encadena a los autores a una historia también encadenada. Ahora, mientras escribo, tengo delante el viejo libro de la carrera con el suave subrayado de lo que entonces quise aprender y me he preguntado de qué servirán mis clases y cómo serán las largas y entrecruzadas cadenas de lecturas y saberes -y también disparates- de las que somos eslabones.
Opinión - 18-03-2008 -
http://www.ideal.es/granada/20080318/opinion/disparates-galaxia-libreria-20080318.html
http://www.ideal.es/granada/20080318/opinion/disparates-galaxia-libreria-20080318.html
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